Post Mortem

mayo 05, 2009


Para Cirano
„La Señora Madre ha muerto, hacía tiempo que la tenía olvidada, su fin me la devuelve a la memoria, aunque sólo sea por unas horas, meditemos sobre ello antes de que caiga otra vez en los pozos del olvido. Me pregunto si la quiero y me veo esforzado a responder: No.”. Así empieza un libro apenas conocido en español. Se trata del Post Mortem de Albert Caraco, publicado por primera vez en francés en 1968.
Es un libro extraño. Uno de esos que sorprenden por haber sido escritos y reeditados; por haber sido recién traducido al español, en resumidas cuentas por existir físicamente y no ser parte de la biblioteca imaginaria de Borges. Su autor también podría haber sido producto de la imaginación de Jorge Luís. Un hombre que, como el autor argentino, podría decirse odiaba los espejos, porque tienen “la abominable capacidad de reproducir a los hombres”, tratamos pues, con un fatalista superlativo y anacrónico.
Con un misógino que se desnuda, sin perder el pudor, frente al recuerdo de la mujer que lo ha parido y que nos deja ante el retrato conmovedor de un niño viejo. Fingiendo una inocencia inexistente, disimulando, como escribe él mismo, “por condescendencia hacia sus padres”, su hastío del mundo.
Caraco comenzó a escribir el libro mientras su madre agonizaba y durante los meses que siguieron a su entierro en 1963. En él podemos descubrir a un ser humano atrincherado en su ideología. Si es que podemos llamar así al andamiaje emocional que construyen algunas personas sobre la base de las palabras que van recolectando de los libros, hasta internalizarlas como una forma irrefutable de vida.
En el caso de Caraco, un nihilista considerado por algunos como un pensador de extrema derecha y sin embargo citado en los círculos anarquista, se representa en la frialdad aparente de una escritura que, en realidad, está delineando los contornos de la humanidad de su autor: Un suicida con conocimiento de causa, frío y calculador. Un verdadero asesino.
Con una honradez alucinante, línea a línea, Caraco nos adentra en una compleja trama de recuerdos, emociones y elocumbraciones ante el hecho rotundo, definitivo de la muerte del ser que ha determinado su vida. Nos pone al frente la tristeza de un niño cuarentón y desencantado, mundano y a la vez, cohibido hasta la rabia. ( La Señora Madre) “Me impuso el deber de seguir siendo un niño y para consolarme, me hablaba de mi vejez, que me deseaba muy larga y feliz: quería verme a su lado, con la barba blanca, pues lo principal era que yo no fuese un hombre a los ojos de otras mujeres, de quienes se sentía celosa”. Edipo en prosa poética y también el desprecio del intelectual ante el cuerpo mancillado y sobre todo, ante la razón vencida, que se aferra a la vida sin pudor y que en el pavor del trance claudica: “Mi estima por ella se redujo a la mitad, sólo fue una pobre mujer, sus buenas cualidades quedaron desmentidas, y eso me duele, su voluntad de vivir y su esperanza de cura la hicieron fracasar en la muerte.”
Albert Caraco murió en 1971: “Si una mañana mi padre no se despertara, yo lo seguiría de buen grado” y así lo hizo. Se suicidó al día siguiente, consecuente con: “El sentido de lo eterno: quienes lo encuentren serán consolados y nada abatirá a quien lo posea. La vida es un soporte, no una razón, la vida es necesaria, pero no suficiente: tal es la lección que los muertos nos dan”, eso al menos fue lo que él pudo aprender y es la descarnada humanidad de este libro la que lo convierte un clásico.

1 comentarios:

ALBERTO dijo...

Caraco fue un genio, un hombre cuyo estilo y modales no cabían en este mundo tan desquiciado. Cuando leo cualquiera de sus libros (Breviario del caos y Post Mortem) siento una fascinación visceral, y a la vez cierta alegría extraña, si, un júbilo extraordinario en poder leer esta obra tan poética y enigmática, podemos hacer un parangón con poetas como Trakl, Novalis, o Keats, eternos disconformes con nuestra naturaleza humana, ángeles pálidos del fin del mundo.

 
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