Unas palabras...

septiembre 16, 2011

este mediodía sentada a la mesa de la cocina de mi nueva casa. Ahora vivo en la Karl- Marx-Str. Mi compañero de piso dice que es la mejor dirección de la ciudad y en esta semana de trancito, ya le creo. Le creo y me asusta. Entre los dos podemos construir una gran biblioteca de viejo, de eso no tengo dudas. Ya estamos en un paraíso que acumula polvo en las estanterías. Pero la verdad es que ni si quiera puedo imaginarme como va ha ser vivir otra vez con alguien. Hace cinco años que soy "Außenseiter", no sé como traducir esa palabra. La más cercana que en español por su significado se me ocurre es paria, sólo que en alemán no tiene necesariamente un connotación negativa. Quizá para entenderla en español sea imprescindible oír el cover de Lou Reed que hace Albert Pla: El lado bestia de la vida. Sin embargo ayer me sorprendí pensando que en la heladera debería haber comida para alguien, porque ha habido comida para mi todos los días y cervezas y cigarrillos y sospecho que alguien está mucho más loco que yo, porque además de ser muy generoso, antes de ayer me contó la trama de una novela que va a publicar en alemán próximamente y nos reímos mucho. Es hilarante la historia de la cabeza parlante de un poeta de una saga finlandesa, que se cuela en una novela de los años 30. Combina con la sensación surreal que tengo desde que he cambiado mis cuatro paredes por estas cuatro ventanas y nuestra casa va ha ser, como dicen los españoles: para descojonarse, mucho me temo.
Ahora por las tardes me inspiro con los culos del gimnasio del frente. Hombres de todos los tamaños a los que puedo ver hasta las rodillas, sudando. Alguien dice que también vienen mujeres, pero yo todavía no he visto a ninguna. Alguien me ha regalado en pocos días una cantidad considerable de libros. Yo sólo le he dado uno, porque no habla español y por lo general no tengo traducciones, pero el año pasado me robé con muy buen juicio la traducción de la novela de Juan Pablo Villalobos en la edición de Berenberg, no podía tener a mano un mejor regalo y casualmente le compré a la Niko en 2010 un póster limitado de todo el Capital impreso en una sola lámina, para leer con lupa, que pienso colgar en la cocina. Alguien opina que se va ha llenar de grasa y yo pienso que eso sería una suerte. Lo mismo opina mi ekeko que no para de fumar desde que ha encontrado su sitio en el dintel de la ventana. Muchas gracias a todos los que me dieron una mano... Sobre todo a Simón y por supuesto a Leo. El gran Leo, que con su sonrisa lo hizo todo mucho más fácil.

Subdesarrollo y felicidad

septiembre 04, 2011



Niza. Ya tres veces aquí
y siempre de paso en casi 15 años
de accidentes por Europa. Hoy una noche
de sábado caliente y la impresión de estar sentada
en la terraza de algún bar de Equipetrol.

Todavía tengo en la piel
el sol seco de mi casa.

La Provence y este tren que
llega con retraso para que
pueda pedirle un deseo a las estrellas
fugaces de la Costa Azul.
Seré vieja entre Avignion y Niza,
¿quién lo diría?

Mejor todavía,
voy a morirme entre los santos medievales
de las colinas, viendo los campos
cargados de duraznos,
la uva,
Este escenario paliativo al pago,
por lo menos una vez al año,
con la tortuga y la luciérnaga
persiguiendo lagartijas, en esta familia
paliativa. Una cooperativa para las
vacaciones de los niños que quiero.

Por eso la Pirata Verde y yo
dejamos nuestra ofrenda
en los rincones secretos
de Joucas y Gordes,
ahora lo comprendo,
sentada en una esquina fresca
del Boulevar de Gambetta.

Doña Luz acompaña el recorrido
de esta pequeña revolución de
caracoles y es el instinto el que llama a la
vendimia. El gen. En un idioma feliz y
sordomudo aprendemos a ser nómadas,
generación tras generación,
oyendo música,
superamos las barreras de los rumbos,
esas eventualidades que nos conmueven
en lenguas tan diferentes,
en ciudades tan distintas.
Nos miramos a los ojos y en el
alma suenan los erquis inmutables,
vuelven a la mente esos otros lugares
San Isidro, Sola, el Rincón de la Victoria.
Camargo, Villa Abecia,
esas otras colinas de la capital de la sonrisa
que llevamos en las venas, como
una infancia feliz y patapila,
con las mejillas a la brisa de la tarde.
 
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