Plegaria

junio 01, 2011

Mi abuela siempre ha sido una niña. Una niña hermosa, con los ojos negros como uvas y el cabello ligeramente ondulado. La semana pasada fui a la peluquería con una foto suya, para que rizaran el mío igual. No puedo asegurar cuales fueron los móviles. Pensaba en ella, si claro. Siempre pienso en ella cuando tengo que hacer algo importante, a lo largo de los 34 años de vida que tengo, he dejado de maldecir sus velas y parte de mi misma el pedirle que las encienda. Estoy convencida de que su devoción tiene las puertas abiertas en el cielo. Nada de lo que he hecho que tuviera su bendición no ha dado resultado, todo lo contrario. Su comunicación directa con los santos y con la Virgen, no ha hecho otra cosa más que beneficiarme. Al extremo que entre nosotras la discusión de si dios existe o no, después de muchos años de ensañamiento, ha perdido por completo su sentido. A mi dios me da igual, yo creo en mi abuela y en el amor que me ha dado siempre y a ella no le da igual, pero yo creo que vive tranquila desde que está segura de que con fe o sin ella, de todas formas mi educación permanece inalterable.
Sé desde hace un par de días que está inconsciente y hospitalizada y el pecho se me rompe. Vuelvo a sentirme como una niña. No soporto la posibilidad de que deje de estar ahí para mi, aunque sea hipotéticamente. Necesito saber que puedo alzar el teléfono y escuchar su voz, porque si no está se habrá terminado de romper lo que me une al lugar del que vengo. Mi tierra es sobre todo mi abuela y los juegos que jugábamos. Sus roperos enormes llenos de disfraces y caramelos, sus flores, su colección de botones. Sus tangos, sus cuecas y su amor por las fiestas. He aprendido a bailar swing con mi abuela y se por ella, que mi vida no es sobreentendida en el lugar del que vengo. Gracias a ella he aprendido a valorar mi suerte. La suerte de haber tenido siempre que comer y que vestir, la enorme suerte de haber crecido en una casa con libros y fue ella la que nos educó en la responsabilidad de usar esos beneficios para construir un país. Cuando yo era niña, mi abuela pensaba en grande y se refería en esos términos. Tal vez porque la revolución del 52 mermó a su familia hasta desmembrarla y dejarla sin un peso, tal vez porque su abuelo había sido contralor de la República, como ella dice con tanto orgullo o porque es huérfana de la Guerra del Chaco. ¡Quién sabe!
Mi abuela y yo nos conocemos desde que ella tenía 46 años. Mi primo y yo tuvimos la oportunidad de verla trabajando. Necesité igual 30 años de mi vida para darme cuenta de lo anormal que es, con o sin fe y no importa donde sea, que mi abuela fuera independiente, asalariada, trabajadora, una mujer emancipada de su tiempo. Mucho más moderna que muchas madres de amigos e incluso que muchas amigas. Cuando veo las fotos que tengo de su vida, como mujer me lleno de orgullo. Reconozco a una compañera, se que mi abuela es mi amiga y ahora soy yo la que enciende las velas. Doña Gladys se tiene que despertar y tiene que volver a ser la que era. En Berlín empiezo a recordar como se reza... se tiene que levantar.
 
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