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febrero 15, 2011

Llevo cosa de una semana levantándome temprano por las mañanas. Ahora desayuno y he empezado a pintar mi casa de colores. Vivo en este depto desde 2006 y la verdad es que nunca pensé que me quedaría a vivir aquí. Siempre lo he sentido como un lugar de paso.
Al principio lo reconocía específicamente como un lugar de tránsito. De purga, una especie de celda. Sólo me traje los libros y el ordenador y por lo menos el primer mes, dormí en un colchón en el pasillo. Aunque el departamento no tiene pasillo, es una casa chorizo en los traspatios de mi barrio.  La puerta de la escalera común, se abre directamente a la intimidad de la cocina, al impudor de los platos sucios. Luego está el cuarto de trabajo, sala de estar, sala de música y al final del todo: el nicho. Un dormitorio frío, oscuro y angosto.  Recién cuando llegaron lo muebles se volvió un hotel. Impersonal, por que creo que no he escogido una sola de las cosas que están aquí. Con colores neutro y el gusto mínimo.
Hace un par de días un amigo que nunca he visto, me contó que en 2010 se ha mudado de casa siete veces.  Sonreí y me acordé de 2006. No nos conocemos tanto, como para que le pregunte por sus males de amores, pero tiene toda la pinta de que los tiros van por ahí. Como nunca, las tres o cuatro líneas que me enviaba eran personales, hablaban de hábitos, tenían un regustito de amistad. Ese día tuve muchas ganas de llegar a México, el país al que supongo que yo me hubiera ido a vivir si Alemania y este hotel no se hubieran interpuesto. Estoy aburrida de comer Pollos Santos sola, aquí nadie en su sano juicio se mete esa inyección de calorías.  Sólo los turcos, los árabes, mi amigo iraquí. Sin él, los inviernos serían mucho más tristes.
O sin la Doña y la Doña también quiere ir a México, nosotr@s queremos ir a México, hacer nuestra propia comitiva de embajadores de Kreuzberg, que es así más cool en alemán, bien surtidito y con los años el “Hotel” bar es uno de mis boliches favoritos y cada vez tengo más libros y las estanterías rebalsan y me ahogo en todas las cosas que han caído a mis cuatro paredes y de golpe reaparecen esas  ganas locas de vivir en un lugar con más luz. De ocupar definitivamente el espacio.
Eso aquí significa que una esté dispuesta a hacerlo con sus propias manos. Los departamentos baratos, son baratos, porque habitarlos significa una verdadera inversión de energía, dinero y trabajo. Una tiene que renovarlos enteros. Pintarlos, pensar en la luz, en la disposición de los muebles, en el color del piso, en liberarse del caos, sola o con los amigos. La intensidad y escasez del luz te obliga a pensar tanto. Pero eso ya lo tengo asumido y el depto puede convertirse en un barco. En un Raumschiff, que es la palabra más bonita para nave espacial que yo conozca. Traducida literalmente significa barco del espacio.
En estos trece años he aprendido a enyesar las paredes, a pintarlas, a mejorar los techos, a colocar las repisas, a arreglar los suelos. Desde hace un par de días construyo una casa de colores mexicana, ya tengo puertas azules y le busco un nombre.

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