Nicotina

febrero 19, 2011

Quiero fumar y esta no es una apología al humo, sino un acto silvestre de independencia. Un derecho, como la masturbación. Quiero fumarme un pitillo tomando un espresso después de comer, en un lugar caliente. Quiero fumarme un cigarrillo caminando por el parque, viendo las vidrieras en la calle, bebiendo una birra en un club.  Después de hacer el amor, mientras acaricio la espalda de mi amante o cuando lo veo dormir y el silencio de su rostro plácido y sofocado, convierte la braza y las volutas ascendentes en ternura. 
No podría amar a un hombre que no me dejara fumar, aunque solo fuera de vez en cuando en la cama. Seguramente lo primero que haré antes que nada, si alguna vez me entero que seré madre, sera encender un cigarrillo como mi hermana. El último antes de una larga pausa y luego, como mi madre volveré a fumar apenas vuelva al trabajo y no quiero dejar de fumar antes de dormir, cuando leo las últimas hojas de un libro especial. De uno de esos que te quitan el sueño y que con los años son cada vez más escasos.
Quiero fumar como mi abuelo, sentada al escritorio y frente a la máquina de escribir mientras aguante,  sosteniendo el pucho en la comisura de los labios y algún día tener los dedos realmente amarillos. Que las yemas sean como el papel viejo y mi cuerpo envejezca naturalmente. Morirme a los seteintaipico, en pleno uso de mis facultades mentales, después de haber escogido con atención cada día a dónde me llevan mis actos.
El suicidio literal, como acto y como idea, y ese otro mesurado, que abrazamos cotidianamente en nuestros hábitos, son lo que nos hacen ser independientes de dios. Saber que voy a morir y decidir libremente como quiero hacerlo, me hace un individuo libre y soberano que vive en el paraíso, independientemente del país. El protofacismo bio-politicamente correcto es un insulto a la inteligencia de los ciudadanos.

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