Malaria

abril 18, 2010

Espero los bienes prometidos
después de esta caminata.
Por trechos vengo de rodillas,
como una peregrina
y se abre mi carne
y veo en las heridas
las capas dérmicas,
la grasa entre la piel
y el tejido.
La sangre que llega despacio,
como si no hubiera estado preparada.

Esto podría haberse parecido al purgatorio
pero las luces de neon lo han convertido
en un piticlub de seres tiernos,
un poco gastaditos,
todavía simpáticos,
buscándose la vida entre la felpa rosa
de las posibilidades que tienen los cuerpos
de vivir el placer.

He construido un nuevo templo.

Mi catedral está hecha de
carne y hueso,
de venas que se dilatan
y el pulso,
aunque sea exiguo,
sigue impulsando el aliento.

El infierno ha sido de glóbulos rojos,
agolpándose en las mejillas,
hinchando los labios,
convertido en la leche
que explota de los senos,
cuando los refriegan
con la rabia del instinto,
ejercitando la perpetuación de la especie.

Espero los bienes prometidos
después del diluvio,
del tsunami,
que se ha levantado desde las profundidades
del mar oscuro,
para confirmar
que sólo soy humana.
Una hormiga más
en la historia de los tiempos,
en su torpe progreso
de fila india.

1 comentarios:

Marco dijo...

El cuerpo, espacio de la enfermedad, de lo cierto.
Lindísmos versos... un abrazo.

 
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