La cicatriz del mundo

noviembre 11, 2009


Poco antes de esa madrugada fría en otoño, hace 20 años, la República Democrática Alemana festejó su último aniversario. Heinrich Hoenecker, el entonces jefe de Estado, dio su último discurso ante el pueblo en Berlín del este y por última vez los tanques desfilaron por la Karl Marx Allee. La RDA había cumplido sus primeros y últimos 40 años. En Leipzig, Dresden y Berlín las protestas por más libertad personal y de prensa habían empezado y en la frontera húngara ese verano, los primero disidentes alemanes comenzaron a abandonar el país en masa. Se resquebrajaba la Cortina de Hierro y la tierra miraba atónita sin creer realmente que lo que sucedió, sucedería. El Muro no era otra cosa que la prueba física de que el mundo estaba partido en dos y su presencia se extendía como una sombra entre los habitantes de occidente. Dentro de nuestra cultura, los países estaban igual de partidos. El Muro no es otra cosa que el símbolo del absurdo dentro del pensamiento lógico occidental y nos mantuvo bajo la amenaza de una guerra nuclear durante décadas. Las consecuencias de la Guerra Fría se dejan sentir en todos los continentes, las vivimos aún hoy en día. Los últimos 20 años no han sido otra cosa que la resaca de la barbarie, el corto verano de la anarquía en el que creímos que el mundo libre sería capaz de estabilizar la democracia y lo único que ha conseguido es asegurar el mercado, la posesión de los que más tenían. La crisis mundial de hoy en día no hace más que respaldar esa afirmación, también en la nueva Europa, si usted quiere, las libertades individuales no han hecho más que perder terreno. En lo que se refiere a los derechos civiles, lo cierto es que aquí vivimos peor que a principios de los años 90.
Me resulta imposible decidir si debo empezar a escribir a partir del 13 de agosto de 1961. Ese día extraño en el que los habitantes de la ciudad en la que vivo se despertaron con el sonido de los tanques y las grúas. El Muro fue una acción relámpago, para la que los berlineses no estaban preparados. Apareció como los hongos en el piso, para partir, separar, terminar de romper un país vencido y ocupado por las fuerzas aliadas. El mapa de Berlín en el 45, inmediatamente después de la capitulación total estaba delimitado en cuatro sectores. Después del Muro, la ciudad y el mundo, quedaron partidos en dos. Dos ideologías, dos sistemas políticos, económicos, humanos. Con dos imperios: el Americano y el Soviético y cientos de victimas entre ellos. Miles de muertos en todo el mundo en nombre de una u otra bandera. La franja de la muerte es universal y tiene francotiradores de todas las nacionalidades, cómplices en todos los países, fanáticos a granel. El Muro no era otra cosa que la cicatriz del mundo.
Quizá deba limitarme a narrar los hechos previos a la madrugada del 9 de noviembre de 1989. Hablarles de la Iglesia, porque si hubo una ayuda externa, un consuelo, un respaldo a los movimientos sociales que terminaron con la Cortina de Hierro fueron sin duda las iglesias cristianas en los países del bloque soviético. La católica y la protestante, ambas jugaron un papel fundamental en la toma de conciencia y en la lucha por los derechos civiles. Los comunistas no consiguieron extirpar la fe de la cultura y la resistencia en la Alemania del Este se organiza también a partir de las iglesias protestantes en Leipzig, Dresden y Berlín, con sus multitudinarias marchas silenciosas por la libertad y en Polonia, como 20 años después reconoce el entonces jefe del sindicato Solidaridad, la resistencia no hubiera sido posible sin la ayuda del Papa Juan Pablo Segundo y por supuesto mencionar a los miles de personas de a pie que tuvieron el valor de salir a la calle, más allá de la represión y de la fe, para defender la existencia del Nuevo Forum, Democracia Ahora o la Iniciativa por la paz y los derechos humanos, a pesar del gobierno y de su servicio secreto. Los valientes desarmados llegaron a ser tantos, que disparar contra la masa hubiera sido un genocidio, para el que después de la Segunda Guerra Mundial ningún alemán estaba preparado. En este punto talvez lo mejor sería rescatar la frase del presidente actual de Alemania, Horst Köhler: “fueron muchos los factores que hicieron posible este milagro” y las imágenes de felicidad de la gente atravesando las fronteras al grito de "somos el pueblo" dan fe de eso.
La otra opción de punto de partida sería hacer un recuento sucinto de todos los festejos que ha tenido la ciudad en la última semana. Sea el remix del concierto de U2 en el mismo escenario histórico de hace 20 años, sean los dominós que cayeron entre aplausos, el reencuentro de Kohl y Gorbachov en Berlín, los discursos de los más de 30 jefes de Estado que se hicieron presentes o mandaron sus mensajes en DVD. Berlín de fiesta por la Reunificación, sin querer ver de verdad lo que ha sucedido desde entonces. El balance es menos glamoroso de lo que pretende la flamante coalición de gobierno y aunque sea cierto lo que dice Wolfgang Thirse (SPD), uno de los pocos sobrevivientes en el panorama político de los movimientos civiles de la Alemania del Este, “no teníamos manuales para la reunificación”, la verdad es que el proceso se hizo desde la lógica del vencedor. Helmut Kohl se compró la parte del país que le faltaba para pasar a la historia, sin ningún respeto por el desarrollo, la experiencia y las expectativas de una sociedad que aspiraba a otras cosas.
Tanto en el Este como en el Oeste del país y en el resto del mundo, la sensación de perdida entre las personas que pensaban diferente es enorme, hay quienes todavía no han superado la depresión y no hacen más que ocultarse en el cinismo. En 1990 nadie que fuera racional y se considerara de izquierda en ninguna de las dos Alemanias, en esta afirmación están incluidas personalidades de la talla de Gunter Grass, Joschka Fischer, Gregor Gysi, Gunter Jauch o el ex canciller Gerhard Schroeder, apoyaba la Reunificación en los términos conservadores impuestos por los democratacristianos con el respaldo de Gorge Bush Senior. La manera en la que se avasallo y silenció a los líderes naturales de la revolución pacífica de la RDA, la destrucción sistemática de los lugares históricos que fueran un símbolo nacional para los vencidos, como el Palacio de la República, y el deslegitimizar toda experiencia en 40 años de vida en común, como sociedad, en el desaparecido país han dejado mella. En apariencia es posible que todos tengan lo mismo, pero lo cierto es que las desigualdades entre una Alemania y la otra siguen siendo enormes y también en el resto del mundo. Lo que en Berlín se festejó con fuegos artificiales la noche del 9 de noviembre de 2009 más que la libertad fue el triunfo del mercado libre en un momento en el que también el capitalismo tambalea. Después de la caída del Muro, occidente se ha quedado sin utopías y como anunciara proféticamente Joaquín Sabina en el 90: "Cuando se enfrentan la KGB contra la CIA, gana al final la policía” y a día de hoy el objetivo más importante del primer mundo es proteger a sus ciudadanos, sobre todo de sí mismos.

foto: jcarlos jimenez

2 comentarios:

Boris Miranda dijo...

Sigue llamándose Karl Marx Allee?

Anónimo dijo...

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