Peras al olmo

abril 30, 2008

Acabo de terminar de leer Presidencia sitiada del ex presidente Carlos Mesa. Supongo que estoy un poco out en la discusión actual, con el referéndum de Santa Cruz en medio de todos los debates. En realidad empecé a escribir este artículo hace un par de semanas. Cuando me llegó el libro e inmediatamente después de leer el tríptico que circula en Internet escrito por Dante Pino Archondo. Enfrentarse con tanta boludez indigna, francamente. Cuántos estarán como yo, pensando en lo mismo. Así que en ese punto tuve que dejar de escribir, respirar hondo y relajarme una semana para poder volver a esta nota. Era importante, no quería permitirme tener a un Dante en la oreja.
Para empezar tendría que decir que Presidencia sitiada me parece bien escrito. Es claro, da muchos ejemplos y aparenta ser lo suficientemente honesto como para que sea difícil imaginarse que Mesa vuelva a tener la oportunidad de presentarse en una contienda electoral así por las buenas, con invitación. “Se crea demasiados enemigos”, en opinión de otras personas que lo han leído, según lo que he visto en distintos chats. Como ya se sabe, las elites políticas y económicas más tradicionales del país, sin importar el color de piel que tengan ni sus tradiciones, no están acostumbradas a tratar con personas que privilegien el cumplimiento de las leyes del Estado a los intereses personales, partidarios, sectoriales o regionales.
Errores más, errores menos, tengo que reconocer que como boliviana occidental, no sé que dirá el resto, me siento orgullosa por la manera en la que Mesa reaccionó primero a la brutalidad terca con la que el presidente Sánchez de Lozada pretendió mantener el control del país; distanciándose del Gobierno, pero asumiendo la responsabilidad conferida por el pueblo, permaneciendo en su cargo como Vicepresidente. También por las personas que eligió para hacerse cargo de los distintos ministerios. Que demostraron, y puede verse en los números, así como en el respeto a los derechos humanos, no sólo que eran eficientes, sino también que estaban humanamente a la altura de las circunstancias, más que complicadas, por las que atravesaba el país. Es probable que sin el trabajo de esos hombres y mujeres las consecuencias del vacío de poder hubieran sido funestas para el sistema democrático. En honor a la justicia, que es algo que la opinión pública boliviana apenas conoce porque los Dantes abundan, seguramente hablamos de uno de los mejores gobiernos que hayamos tenido, a pesar de su corta duración. Me representa.
A destacar del libro también es la abierta cercanía política y emocional del presidente Mesa con los valores de la revolución de 1952. Más allá de que sus declaraciones al respecto sean una manera de justificar el haber acompañado la candidatura de Gonzalo Sánchez de Lozada en 2002, ahora que el bad boy es el enemigo público number one, lo cierto es que en eso también me representa. Ya es hora de que uno de los acontecimientos más importantes de nuestra historia públicamente deje de pertenecerle exclusivamente al MNR. El 9 de abril no puede seguir siendo la efeméride de un partido, y los valores intangibles que son el resultado de ese enfrentamiento no pueden seguir siendo tergiversados. ¿Que la revolución no funcionó como debería? Sin duda, pero dígame si conoce alguna que haya funcionado bien. Además ¿qué es bien? Estamos haciendo nuestro camino hace más de 180 años, en circunstancias y con un marco social tan complejo, que mal podemos compararnos con otros. Los bolis tampoco inventamos la pólvora a cada rato. Ya sé que eso es algo que piensan algunos de los tipos que nos dirigen, o lo que fingen para que no se note tanto su incongruencia, ¿no, Dante? Pero lo cierto es que, como todos los otros pueblos, los bolis tenemos nomás un desarrollo histórico y la mayoría de los países del mundo no han vivido una revolución. Vean a los vecinos. Nuestros actos políticos permanecen en el tiempo, crean ideologías, forman líneas directrices y en el caso de los bolis nunca mejor usado el plural. ¿Cuántas culturas somos nosotros en paralelo decidiendo cosas en el país hace cuántas décadas? Nos respetaremos pues. Asumamos definitivamente que todos somos sujetos y cual es la participación de cada uno en los hechos del pasado. Tengamos los huevos de reinventar el idioma que usamos para comunicarnos y volvamos a hablarnos en boliviano, sólo que esta vez sin víctimas y sin verdugos. ¡Pease and love!
Presidencia sitiada no va tan lejos en su reivindicación de 1952, pero se adscribe a las ideas originales del Movimiento públicamente, enajenándolas del partido, y complementándolas con una gestión de gobierno transparente y eficaz. Por eso Carlos Mesa se empeña en afirmar, una y otra vez, que el suyo no fue un gobierno bisagra, sino el principio del cambio. Yo le creo. Mientras leía el libro, llegué incluso a sentirme orgullosa de las fuerzas del orden, de mi país --y aquí, en el exilio--. Sólo que es una lástima que esa tensión se vea anulada por el estilo literario, que a ratos no puede evitar sonar cursi, incluso llegar a parecer pedante. Rompiendo así el vínculo emocional con el lector y por ende toda posibilidad de identificación a posteriori.
Yo al menos descubro en afirmaciones del tipo “los bolivianos hemos sido especialistas en mentirnos, en flagelarnos, en contarnos cuentos, pero sobre todo en devaluar lo que hicimos. Cuando digo bolivianos creo que digo mal, debo decir aquellos que nos apropiamos de la historia desde hace siglos…” un parentesco retórico entre Mesa y Octavio Paz. En mi opinión, hay una parte central en el discurso de ambos intelectuales que es similar, a pesar de pertenecer a generaciones completamente distintas. Ambos utilizan el plural –los bolivianos, los mexicanos– pero ninguno se hace cargo. Tanto el ex presidente como el escritor tienen problemas en asumir lo que realmente son. Es decir que pertenecen directamente al grupo de “aquellos que han escrito” la historia de sus países, o sea que son miembros privilegiados y coresponsables de la parte comandante del caos. Si no son ellos, precisamente, los que construyen la metáfora de la patria, ¿quién lo hace? Pero ambos se niegan a asumir discursivamente cualquier responsabilidad al respecto y así, errado el punto de partida, es difícil que podamos los simples mortales acercarnos a sus buenas intenciones.
Con el libro viene también un DVD y qué puedo decir. Me causó ternura, hizo que me acordara de las noticias y los De cerca. Hace más de cinco años que no vuelvo a Bolivia y Mesa vos sigues igualito. 90 por ciento de los almuerzos de mi adolescencia han sido con vos. Puta, me has hecho recordar y bien estaba, hasta el momento en el que se te ocurre ir a una manifestación organizada por Felipe Quispe a las puertas de la iglesia San Francisco. Que caché, me sorprendiste. Bien capo siempre eres. Ir vos nomás casi solito, a ponerte al lado del Mallku y dejar que el Felipe te compare con Pizarro frente a un auditorio aymara. Uau.
Después comenzó a hablar de nuevo el presidente Mesa y bien, claro, estamos hablando de uno de los intelectuales más respetables del país, insisto. Como era de suponer se alineó con la herencia del Mariscal Andrés de Santa Cruz, destacando lo que destacan tradicionalmente los que construyen la metáfora de la patria. O sea que Andresito era hijo de un español y una noble aymara, como si no fuera suficiente con que la buena mujer fuera aymara. Más teniendo en cuenta que hace prácticamente un siglo que en nuestro país los títulos nobiliarios ya no se usan y como si Andresito no hubiera hecho ninguna otra cosa en la vida. Otra vez la cercanía espiritual con Paz, que es otro al que le encantan los cholos en general, pero puntualmente sólo los cholos finos. Difícil. También difícil la frase del presidente Mesa: “Porque si hubieran leído la historia…”, frente a un auditorio al que a lo mejor sí le hubiera gustado leer, sólo que nunca pudo aprender y en cualquier caso no tiene acceso a los libros. Los libros son carísimos. Cuando la escuché pensé: ya la cagaste, sigues acostumbrado a la homilía de la segunda edición del noticiero de PAT. ¿Hasta cuándo, pues, me querías representar? Más bien que te salvaste por penal diciendo: “al pueblo aymara nunca le ha ganado nadie”. Puta, qué sufrimiento y qué lástima que no te hubieras atrevido a ganarle vos, venciéndote a ti mismo en nuestro nombre. Dando en ese momento un paso más y mostrándole al país que esa Bolivia “en sí”, simbólicamente unida en su diversidad, también puede aspirar a tener un político de la talla de Willy Brandt. Es decir, a un humanista occidental, un White Man, dispuesto a superar los malos entendidos. Alguien capaz de caer de rodillas si es necesario, para disculparse públicamente frente a sus interlocutores, con sobrecogimiento y humildad, por las partes más estúpidas y bárbaras de mi propia cultura. Una sola vez. ¿No es eso hacer historia?En nuestro país se ha roto el sistema cartesiano. No hay más las dos Bolivias de 1952, ésa es la esperanza queridos cambas. En 2008 somos por lo menos cuatro Bolivias, si no somos 36, como los idiomas que tenemos reconocidos; más nueve, si respetamos las características culturales de los distintos departamentos, y así al infinito. A estas alturas es evidente que a la metáfora del mestizaje, ésa que asocia directamente lo “español” y lo “indígena”, se interpusieron los milicos, las leyes de libre mercado, distintos movimientos migratorios, un montón de ONG, la caída del muro de Berlín y por suerte también 1968, además de Internet. Dando como resultado a principios del siglo XXI una generación como la mía, bien representada numéricamente en el país, fragmentada culturalmente y for export, si la dejan entrar en algún lado. Nosotros somos, y los que nos siguen son, híbridos. ¿Es tan malo eso? ¿Acaso no nos da la oportunidad como individuos de escoger en el supermercado cultural lo más bonito? ¿No podría ser éste el modelo para una globalización progresista? ¿De Bolivia para el mundo? Los híbridos somos “en sí” y queremos tener la libertad de ser lo que queramos: cholos, punks, occidentales, queer, budistas, aymaras, lesbianas, anarquistas, chapacos, bi…, de preferencia todo junto. Y en mi opinión, si alguien se siente llamado a actuar en la reinvención de las metáforas nacionales desde occidente, ese/a/os en este momento deberían dejar de leer a Octavio Paz y empezar a leer a Fabián Casas. Así nos salvan de la humillación cultural colectiva de seguir pidiéndole peras al olmo.

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